Por Miguel Barnet
Palabras en la Asamblea Nacional del Poder Popular,
durante la discusión del proyecto de Ley de Ciudadanía.
A lo largo de muchos años he visto correr el tiempo; ese que todo lo cura, que todo lo transforma y que es en realidad lo único que verdaderamente poseemos. El tiempo histórico lo puede todo, todo lo hace crecer y hasta las metáforas de la vida las modifica. El tiempo es la más rica de nuestras posesiones; y a lo largo de ese tiempo que me ha tocado vivir, he visto cómo maduran las personas y cómo se recolocan las cosas en su justo lugar. El cubano, es decir, nosotros, hemos sido testigos de los avatares del tiempo histórico, el que mueve las velas y hace que avancen los días y las noches, ese tiempo es el nuestro y no lo cambiamos por ningún otro del planeta. Es nuestro tiempo, el más acariciado, el mejor.
Nada es imposible hoy, porque hemos crecido y ya no
somos los mismos que años atrás. Cubano, esa dulce palabra como nos decía José
Martí, es un ser que crece y que pone su condición de cubanía por encima de
todos los atributos que pueda poseer.
Fernando Ortiz lo dijo con claridad meridiana: "La
cubanía es la vocación de ser cubano, nazca donde nazca, viva donde viva y
respire donde respire." Y esa vocación es imbatible. También a lo
largo de los años he visto muchos cubanos que no viven en su Patria, amarla,
venerarla y serle fiel.
Quiere decir que para ser cubano no hay que
circunscribirse a ninguna geografía, es una condición del alma y del espíritu.
Nada la puede achicar, nada la condiciona. Algunos incluso ofrendaron su vida
por defenderla, como Carlos Muñiz Varela o Lourdes Casal, que vino a morir a
Cuba y está enterrada en el panteón de los nobles patriotas cubanos. O muchos
otros, historiadores, maestros, escritores o coleccionistas, como el insigne
Emilio Cueto, que atesora en su casa de Washington parcelas sensibles de
cubanidad, de un valor incalculable. En fin, muchos que ahora verán sus sueños
realizados, sueños de confraternidad, justicia y equidad, hombres y mujeres del
pueblo que no olvidan sus orígenes y que son hijos de esta isla, como nosotros.
Recuerdo que Fidel dijo ante cubanos que llegaron en
la década del 70 a apoyar a la Revolución: "La Patria ha crecido."
Eso no lo olvidaremos nunca. Y la Patria ha crecido en madurez porque el tiempo
es implacable y pone las cosas en su sitio. El cubano de hoy no es el mismo,
nuevos imaginarios han aparecido en nuestras vidas, nuevas acciones, nuevos
propósitos, nuevos sueños...
Los afectos, por ejemplo, no están determinados por la
cercanía o la lejanía, sino por la magia de las nuevas tecnologías. Y los
valores se miden desde otras perspectivas; el ciberespacio, por ejemplo. Somos
ciberabuelos, ciberpadres, ciberhermanos, ciberamigos... La distancia física no
es un obstáculo para la comunicación y el entendimiento de las personas.
Estamos todos a la distancia de un clic, no exento de afectividad.
Así que el cubano de hoy, viva donde vida, respire
donde respire, nos habla al oído con múltiples soplos de afectos, aunque quizás
menos cercanos pero más frecuentes. El ciberespacio nos mantiene unidos con
vínculos indestructibles que antes no existían. Ya no hay motivo para
establecer distancias que el tiempo antiguo nos trazó como un flagelo o un muro
de contención. Ahora más que nunca estamos unidos por redes afectivas que
borran distancias físicas o temporales. El tiempo es otro; el tiempo es hoy y
ahora, y no mañana.
Vivamos el tiempo de los afectos y el diálogo
permanente. Apoyemos esta ley que nos une en un sólido abrazo planetario. Cubano es aquel que ame su tierra, que no la
mancille, que le dignifique con sus abrazos cálidos o nostálgicos, esté
donde esté, viva donde viva. Cubano es el que lleva tatuado en su corazón la
estrella solitaria.
Ese será el que asuma los deberes y respete las
garantías de la Constitución de la República. El que disfrute a plenitud la
condición ciudadana que ampara esta ley y nos hace mejores, más justos y más
contemporáneos.
¡Que viva la hermandad entre todos los
cubanos!
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