martes, 18 de junio de 2024

Empezar por los principios

Tomado de Alma Mater

Por Lil María Pichs Hernández 

Referencias

Asumamos estas y otras perspectivas similares para abordar el pensamiento martiano. Abordemos su excepcionalidad, entendiéndolo, primero, como ser humano. ¿Cómo ser consecuentes? ¿Cómo defender lo que él defendió, con la pasión y la razón con que lo hizo, si no sabemos cómo nació esa pasión, si no conocemos las razones, las circunstancias, las personalidades que influyeron en ello?

¿Sabes qué pasa cuando repites lo mismo de la misma forma a las mismas gentes con las mismas pocas ganas y los mismos tantos miedos? Que puedes convertir lo más sublime en lo más tedioso, lo más extraordinario en lo más corriente, lo más terrible en lo más vano.

Martí se convierte en el rostro de esta paradoja, especialmente en estas fechas. Tanto repetimos su nombre que pensamos conocerlo. Tanto relacionamos la noción de su vida con los más elementales valores humanos, que pensamos que ser martiano es un estado natural de la especie humana.

Pero no es así. El halo martiano es vasto y todoterreno, pero no se alimenta solo. No se nace martiano. La martianidad lo hala a uno a la idea del bien, pero no es genética que se hereda, sino convicción que se construye.

Creo en el poder en la necesidad de ser generosos, en la duda y en el sacrificio. Creo en la justicia, la felicidad y el amor. Creo en el espíritu universal y en las fuerzas terrenales que ocultan la esencia de aquel a los hombres. Creo en la brotación, evolución y culminación de las ideas. Creo en el patriotismo martiano, creo en el antimperialismo y en el ideal nuestro americano de Martí.

Cuando se habla del antimperialismo del Apóstol, solemos remitirnos casi automáticamente a obras cardinales como Nuestra América y la Carta inconclusa a Manuel Mercado, conocida como su testamento político. Y tratamos de entender y divulgar su antimperialismo a través de estos textos maduros, relativamente breves, en los que se concretan los principales argumentos del ideario martiano.

Ciertamente, estas obras son el resultado de un intenso y complejo proceso de evolución y cristalización del pensamiento de José Martí, estrechamente vinculado con su práctica revolucionaria, característica que proporciona aún más profundidad y riqueza a su ideario.

Pero si nos es imprescindible mantener vivas esas ideas, es porque imprescindibles son hoy los principios antimperialistas, el valor de la lucha contra la colonización en todas sus manifestaciones y ámbitos, entonces no podemos seguir reduciendo el conocimiento y aprehensión de esta esencia a la repetición de una lista de ideas acabadas, convertidas en verdades inamovibles, en paradigmas tanto a nivel individual como social que de tanto repetirse con los mismos métodos y códigos, corren el riesgo de quedar como consignas para vallas o como etiquetas de Twitter y nada más.

“…los árboles se han de poner en fila para que no pase el gigante de las siete leguas” (2), “…impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos… (3)” El antimperialismo de José Martí no puede reducirse a eso.

Porque en ese instante, cuando los jóvenes, o cualquier cubano, de cualquier edad, incluidos dirigentes de diversas esferas, solo tenemos esos mínimos referentes para argumentar las características y la importancia del antimperialismo martiano, ese es el momento en el que dejamos de estar a la altura de lo que necesita el proceso revolucionario que estamos desarrollando. Es el momento en el que permitimos que nos reinventen a Martí, y que nos lo vuelvan a presentar como lo presentaban los politiqueros y patrioteros que Mella denuncia en sus Glosas, esos que veían al delicado poeta conciliador y no al hombre cabal y revolucionario; es el momento en que permitimos que prevalezcan revisionismos y críticas destructivas, según las cuales Martí habría sido “secuestrado” y “torcido” por la “ideología castrista”. Y lo que es, quizás, peor: es el momento en el que nos damos cuenta de lo poco que sabemos realmente de la evolución del pensamiento martiano en un tema tan fundamental como lo es su formación antimperialista, en la cual el papel de la ética y la noción de la justicia son hilos conductores fundamentales.

Estos nos llevan desde el antirracismo y la rebeldía independentista que salta a la vista en sus primeros escritos, pasando por el redimensionamiento de sus ideas anticolonialistas y antianexionistas presentes en su juventud, hasta llegar a un antimperialismo caracterizado no solo por la crítica del imperialismo como fenómeno multidimensional y en pleno auge para finales del siglo XIX, sino también por la proposición de un paradigma contrapuesto, alternativo, lo más acabado del pensamiento latinoamericanista: la integración americana.

No podemos entender a Martí o acercar a otros a Martí si nosotros mismos hablamos de Martí y lo visualizamos como si hubiera nacido con 42 años y bigote, diciendo “…los pueblos de América son más libres y prósperos a medida que más se apartan de los Estados Unidos” (4). Sí, esta es una sentencia de extraordinaria vigencia, nadie lo dude; pero es el resultado de un proceso de aprendizaje y descubrimiento personal.

Si pasamos esto por alto, claro que nos sorprenderán y nos irritarán, sin que sepamos cómo dar una respuesta certera y argumentada, todas aquellas referencias “documentadas” que buscan presentar un Martí contemplativo, decadente, incluso “pro-yanqui”, cuando él fue el que definió la “yanqui-manía” (5).

Pueden verse, por ejemplo, muchas publicaciones deliberadas en redes sociales. Hay una bastante común en la que se presenta, muy intencionadamente, un fragmento de uno de los artículos cortos que Martí publica en inglés en el periódico The Hour de Nueva York, entre julio y octubre de 1880, conocidos como “Impresiones de América”:

“Estoy, al fin, en un país donde cada uno parece ser su propio dueño. Se puede respirar libremente, por ser aquí la libertad fundamento, escudo, esencia de la vida. Aquí uno puede estar orgulloso de su especie. (…) Nunca sentí sorpresa en ningún país del mundo que visité. Aquí quedé sorprendido” (6).

Por supuesto, en las redes sociales se enarbola esta “cita” como símbolo de la admiración de José Martí respecto a Estados Unidos, pero rara vez se acompaña de alguna referencia al momento de su vida en el que Martí escribe esto. Tampoco se hace reflexión alguna sobre el hecho de que reconocer el innegable avance de la sociedad estadounidense de 1880 no es sinónimo de una postura anexionista o “anti-socialista”, de la misma manera que no tendríamos una postura consecuente y dialéctica si negásemos o intentásemos ocultar las alabanzas que Martí realizó a la pujanza estadounidense y la promesa democrática de aquel país en pleno crecimiento para finales del siglo XIX.

Martí llega a Nueva York el 6 de enero de 1880 y comienza a colaborar con The Hour un mes después. Con 27 años, Martí se presenta a sus lectores como “A very fresh Spaniard” lo que se traduce como “Un español muy fresco”. Algunos consideran que debería traducirse como “Un español recién llegado”, pero por el tono de los escritos, algunos estudiosos opinan que se trata de fresco, como sinónimo de atrevido o incluso impertinente.

Son muchos los escritos que, junto a esas primeras crónicas en periódicos como The Hour y The Sun se han recopilado bajo el título de Escenas norteamericanas. En su gran mayoría, constituyen colaboraciones a medios de prensa como el periódico La Opinión Nacional de Caracas y la revista La América, de Nueva York.

Y es en esas escenas, a través de ricas descripciones y concatenaciones de hechos, procesos, figuras, invenciones tecnológicas, que podemos encontrar la radicalización del anticolonialismo martiano y la cristalización de su antimperialismo. No en forma de libro o abstracción teórica, sino en forma de artículos periodísticos: textos divulgativos, instructivos, didácticos, educativos con una finalidad formadora, destinados a los lectores venezolanos, mexicanos, argentinos, cubanos, tanto aquellos que vivían en sus respectivos países como los que vivían en el propio Estados Unidos, donde, por ejemplo, existía una gran comunidad de emigrados cubanos.

Ese “deslumbramiento” que experimenta José Martí al llegar a los Estados Unidos, que no es más que la sincera sorpresa que cabría esperarse de un joven que ha crecido leyendo la historia de la emancipación de las Trece Colonias respecto al yugo de Gran Bretaña, gran imperio del siglo XVIII; un joven que pasó sus años universitarios en el viejo continente, que había sido recibido en los aún tímidos círculos intelectuales de las “dormidas repúblicas” latinoamericanas; y que, como mismo presenció y aprehendió la decadencia de los viejos imperios y las contradicciones y miserias que generaban en sus colonias, vino a absorber de repente aquella experiencia sin comparación que era desembarcar en ese puerto bullicioso, en esa ciudad de industria que se expandía a la sombra, nada más y nada menos, que de la Estatua de la Libertad.

La sorpresa y la admiración ante aquella visión, no hacen a José Martí un anexionista, y aludir a esto no implica negar las profundas críticas que Martí haría a aquella sociedad, que en su crecimiento y pujanza vino a metalizar al hombre, a cosificarlo, a poner las relaciones sociales en función de las relaciones monetarias y la cultura en función del capital.

Martí no fue excepcional por haberse sorprendido del progreso que en tan poco tiempo tras su independencia habían alcanzado los Estados Unidos, sino por haberse percatado del costo y del carácter polarizado de tal prosperidad.

En crónicas tempranas, como las de La Opinión Nacional, enviadas entre 1881 y 1882, Martí ya habla de las corporaciones “…tenaces y absorbentes…” (7), denuncia la confabulación de estas con los partidos y la abundancia de funcionarios que llegaban al Parlamento llenos “de gratitudes, y de mercedes recibidas, y de trata táctica o expresa con el cacique que lo nombra” (8). Como también denuncia el robo de fondos públicos, la manipulación electoral, y la defensa que hacía el gobierno de los intereses expansionistas a nivel internacional de aquellos hombres de negocios que buscaban “extender sobre gran parte de la tierra su poder” (9).

Más allá de querer enumerar ejemplos, invitamos a la lectura de estas escenas, desde las primeras hasta las últimas, una cada día. Se leen como se ve una película. Más que crónicas, más que pinturas habladas, son retratos con texturas, olores y colores. Con ese lenguaje Martí enseña las verdades de los Estados Unidos a los pueblos de nuestra América.

Interpreta y reinterpreta lo que ve. Y en el estudio de los textos de la última década de su vida, incluyendo, por supuesto, los escritos del periódico Patria, se ve al joven “recién llegado” convertirse en el Delegado del Partido, en el gestor de la Guerra Necesaria. Ese que en sus últimos años escribe “Nuestra América”, escribe la carta que quedó inconclusa… y escribe también otra obra cardinal: “La verdad sobre los Estados Unidos”.

Este texto de 1894, fruto de la maduración de su ideario, tiene un tono diferente al de “Nuestra América”, pues, aunque también se refiere al paradigma “nuestroamericano” contra todo panamericanismo, parte de la semblanza del vecino del norte, no de la de nuestras repúblicas, las cuales son el centro de atención del famoso ensayo “Nuestra América”, de 1891.

Y no es casualidad que, en plena capacidad creadora, Martí dé inicio a este brevísimo y contundente artículo a partir de una tesis que hemos estado abordando en estas líneas: la necesidad de pensar, de estudiar los procesos en su contexto y complejidad, especialmente si queremos entender la naturaleza de los Estados Unidos en su relación con nuestra América, en su relación con Cuba; y para entender y transmitir las esencias de la crítica martiana al imperialismo norteamericano, y global:

“Es preciso que se sepa en nuestra América la verdad de los Estados Unidos. Ni se debe exagerar sus faltas de propósito, por el prurito de negarles toda virtud, ni se ha de esconder sus faltas, o pregonarlas como virtudes” (10)

Como quien recapitula a las puertas del probable fin de su vida; como quien piensa en atar los cabos sueltos y encarar la muerte sin arrepentimientos, el José Martí que está inmerso en los preparativos finales para el reinicio de la Guerra en Cuba, escribe este artículo, el cual pareciera dar cierre a aquella primerísima serie de “Impresiones de América” de 1880, dejando claro el valor de la sinceridad, la ponderación y la agudeza crítica.

Claro que esta última cita no es tan común en las redes sociales. Los que nos intentan vender un Martí intelectualoide, anti-cubano y hasta anexionista, no han intentado apropiarse de esta frase. El problema es que tampoco lo hemos hecho nosotros.

Asumamos estas y otras perspectivas similares para abordar el pensamiento martiano. Abordemos su excepcionalidad, entendiéndolo, primero, como ser humano. ¿Cómo ser consecuentes? ¿Cómo defender lo que él defendió, con la pasión y la razón con que lo hizo, si no sabemos cómo nació esa pasión, si no conocemos las razones, las circunstancias, las personalidades que influyeron en ello?

Para defender nuestros principios debemos, primero, tener el conocimiento. Para defender nuestros principios, hay que sembrarlos, verlos gestarse y crecer. Ese es el trabajo de cada generación respecto a la siguiente. Solo si cada generación es consecuente con esto, estaremos siendo parte de una Revolución irreversible.

Hagamos como aquel “español fresco”, que pensó con cabeza propia, que sintió como suyo el sufrimiento de su patria, y que construyó con sus propias manos las bases de un mundo mejor.

Pensemos sintiendo. Sintamos pensando. Y que en nuestra cotidianidad nos sirva de advertencia e incentivo aquella máxima antiquísima “El conocimiento sin reflexión es inútil; la reflexión sin conocimiento es peligrosa” (11).

(1) Coordinadora de la revista trimestral Martillando del Movimiento Juvenil Martiano (MJM)

(2) “Nuestra América”, El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891, Obras completas Editorial Ciencias Sociales, 1975, Tomo 6, p 16.

(3) “Carta inconclusa a Manuel Mercado”, Campamento de Dos Ríos, 18 de mayo de 1895, Ídem. Tomo 20, p 161.

(4) “Las guerras civiles en Sudamérica”, Patria, Nueva York, 22 de septiembre de 1894, Ídem. Tomo 6, p 26.

(5) Ver en “La verdad sobre los Estados Unidos”, Patria, 23 de marzo de 1894. Obras completas Edición Crítica, Tomo 28, pp. 290–294.

(6) “Impressions of America”, Periódico The Hour, 10 de julio de 1880, Ídem. Tomo 19, p 107.

(7) “Carta de Nueva York”. En José Martí en los Estados Unidos. Obras completas Editorial Nacional de Cuba. La Habana, 1963, Tomo 9, p 64.

(8) José Martí, Carta de New York “El boss y los halls”, Ídem. pp. 97 -98.

(9) José Martí, Cartas de Martí, Galas de año nuevo, Ídem. pp. 343–344.

(10) “La verdad sobre los Estados Unidos”, Patria, 23 de marzo de 1894. Obras completas Edición Crítica, Tomo 28, pp. 290–294.

(11) Proverbio confuciano

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